viernes, 29 de febrero de 2008

Qué es la globalización?
Globalización significa esencialmente que, hoy más que nunca, los grupos y las personas se relacionan directamente a través de las fronteras sin la intervención del Estado. Esto ocurre, en parte, gracias a la nueva tecnología y también porque los estados se han dado cuenta de que la prosperidad se logra más fácilmente si se libera la energía creativa de los ciudadanos en lugar de reprimirla.
Las ventajas de la globalización son evidentes: rapidez en el crecimiento, mejores niveles de vida, nuevas oportunidades. Sin embargo, se ha iniciado una reacción violenta. ¿Por qué? Porque las ventajas se han distribuido en forma muy desigual, el mercado global no se ha estabilizado con las reglas basadas en objetivos sociales compartidos, y porque si todos los pobres del mundo siguen el camino que llevó a la prosperidad a los ricos de hoy, pronto se agotarán los recursos de la Tierra. De allí que el reto que enfrentamos hoy: asegurar que la globalización se convierta en una fuerza positiva para todos y evitar que millones de personas se queden en la miseria.
Si queremos que la globalización nos brinde lo mejor, debemos aprender a gobernar mejor en los ámbitos local, nacional e internacional en forma unida.
Pero los gobiernos solos no van a hacer que los cambios sucedan. Gran parte del esfuerzo tiene que realizarlo la inversión privada, las fundaciones y la sociedad civil.
En setiembre del año pasado, en la Cumbre del Milenio de la ONU, los líderes mundiales tomaron la decisión de reducir a la mitad el número de personas con ingreso inferior a un dólar diario, el de aquéllos que sufren hambre y el de gente que carece de agua potable. Ellos prometieron lograr ese objetivo antes del año 2015.
La historia juzgará a esta generación por lo que haya hecho para cumplir con este compromiso.
El éxito del desarrollo sostenible depende, en gran medida, de que se multiplique el acceso a las oportunidades de la globalización. Los países que han logrado un mayor crecimiento son los que se han integrado con éxito a la economía global y han atraído la inversión extranjera.
Esto depende también de la calidad de gobierno que hayan tenido los países. Sólo pueden competir en el mercado mundial las naciones cuyos ciudadanos disfrutan del imperio de la ley, del respeto a los derechos humanos, de instituciones eficaces, transparentes y responsables, y del ejercicio libre en las decisiones que afectan sus vidas.
Lo que exige ahora la tecnología de la información es capacidad intelectual, el único bien que está distribuido de modo equitativo entre los habitantes del planeta. De manera que con una inversión relativamente baja, principalmente en educación básica para niños y niñas, podemos poner al alcance de los más necesitados toda clase de conocimientos y permitir a los países pobres "saltar" algunas de las etapas del desarrollo -prolongadas y dolorosas- que otros tuvieron que experimentar.
Hay muchas cosas que las naciones pobres pueden hacer para ayudarse; pero las naciones ricas tienen que jugar un papel indispensable, abriendo sus mercados a los productos que ofrecen los países pobres y dejando de inundar el mercado mundial con alimentos subsidiados, haciendo imposible la competencia de los agricultores en los países pobres.
Las naciones ricas tampoco pueden esperar que los países en desarrollo escuchen sus llamados al cuidado del medio ambiente global, mientras no estén listas para alterar sus hábitos irresponsables de producción y consumo. A los países en desarrollo se les debe permitir exportar su método de adquirir la prosperidad.
Todos están de acuerdo en que a los países más pobres se les debe quitar la carga de la deuda. Pero los países ricos todavía no han puesto a disposición suficientes recursos para hacerlo.
Las empresas privadas y los gobiernos deben tener en cuenta las necesidades de los pobres al tomar sus decisiones de inversión y poner precios a sus productos. Son los principales beneficiarios de la globalización y les debe interesar que ésta sea sostenible, haciendo que produzca ventajas para todos.
Solamente cuando la gente común y corriente, hombres y mujeres de ciudades y aldeas del mundo, tengan una vida mejor, sabremos que la globalización dejará de ser exclusiva y permitirá que todos compartan sus oportunidades. Ésta es la clave para eliminar la pobreza en el mundo.
Sin lugar a dudas, uno de los procesos sociales, más intrigante y poderoso, que estamos viviendo hoy en día, es la globalización. La cual es definida, por medio de la Real Academia de la Lengua, como “la tendencia de los mercados y las empresas a extenderse alcanzando una dimensión mundial que sobrepasa las fronteras nacionales".
Pero para muchas otras personas, incluidos sociólogos, la globalización, es mucho más que eso. No se limita a los procesos productivos y económicos. Sino que va mucho más allá aún. Podríamos decir, que la globalización, se debe en gran parte, por el fuerte desarrollo de las comunicaciones. Con las cuales, hoy en día, podemos saber al instante o en tiempo real, lo que está ocurriendo al otro lado del globo. Con lo cual, lo nacional de un país, pasa a ser parte o interés de otras naciones. De esta manera, las culturas se han ido transfigurando, proceso en el cual, de manera paulatina, se han amalgamado unas con otras, Claro que la situación, no es tan drástica. Pero podemos ver, con gran fuerza, como la cultura occidental, ha penetrado con gran fuerza e influencia, en los jóvenes occidentales. Y claro, es éste grupo, quienes han vivido con más fuerza, el proceso de globalización. Por el hecho, de ser más cercanos a todo aquello que transmita información. Es la generación de la tecnología. Sobretodo de los computadores y de la Internet.
La otra pata de esto, es el hecho, que no se puede desconocer, de la interdependencia, cada vez más potente, entre las naciones a nivel económico. Las producciones que se realizan de manera interna, hoy en día, no son de manera exclusiva, para el consumo interno. Sino que gran parte de ella, es para ser exportada a otros mercados. Por lo mismo, los países, han ido rompiendo barreras, no sólo arancelarias, sino que geográficas, para poder continuar con su crecimiento y desarrollo económico. Es así, como las soberanías nacionales de los países, se han ido comprimiendo, para dar paso a un estadio supranacional. La misma globalización, por medio de los tratados económicos e incluso jurídicos, hace que las naciones, vayan perdiendo parte de su soberanía, en pos de un desarrollo globalizado. Esto ocurre con los distintos tratados de libre comercio, que han firmado varios países o con el tratado del Tribunal Penal Internacional, en lo jurídico e incluso con el tratado de Kioto, en lo que concierne a la preservación del medio ambiente.
Ahora, varias personas y Organismos No Gubernamentales (ONG), ven con mucho recelo y miedo, los efectos de la globalización. Ya que la entienden como sólo un proceso de expansión del capital. Llevado a cabo, por el sistema económico neoliberal y las potencias mundiales. Las cuales buscan su propio enriquecimiento, a costa de los países más pobres. Por ende, siempre se podrá observar, dos grupos disímiles frente a la globalización. Aquellos que la perciben como la única manera, de llevar a delante el crecimiento y desarrollo del mundo, incluido los países tercermundistas. Y otro, que vera ala globalización, como el arma perfecta, para que los países ricos, puedan esclavizar y neutralizar, al resto de los países más desaventajados

¿Por qué la globalización neoliberal tiene un cariz especulativo?

La era de la globalización neoliberal es también la de la primacía de lo financiero, dotado de una creciente y asombrosa autonomía, frente al tipo de desarrollo capitalista, más material, imperante en etapas anteriores. El escenario central ya no son las fábricas, sino las bolsas de valores, y sobran los ejemplos de países en crítica situación en los cuales, sin embargo, las bolsas han experimentado formidables repuntes.
Las transacciones de cariz especulativo realizadas en virtud de operaciones de cambio de divisas han experimentado un formidable auge, que ha hecho que alcancen dimensiones 60 veces superiores al volumen de los intercambios comerciales. Han conseguido movilizar, en consecuencia, enormes recursos. En 1995, por ejemplo, y en Estados Unidos, los fondos de inversión, los de pensiones y los propios inversores institucionales pusieron en funcionamiento recursos por valor de 20 billones de dólares, una cifra 10 veces superior a la de tres lustros antes y mayor que la del PIB norteamericano. Los capitales suelen moverse, con rapidez y en grupo, en busca de mercados ventajosos como los que aportaron las economías del oriente asiático o los niveles de precios, muy bajos, en América Latina o en Rusia.
El proceso se ha visto amparado por la acción del Fondo Monetario Internacional, que a la postre se encarga de que los capitales se muevan sin trabas. En palabras de Manuel Castells, "el resultado de la globalización financiera es que hemos creado un autómata que está en el corazón de nuestras economías y condiciona nuestras vidas de forma decisiva. La pesadilla de la humanidad, ver que nuestras máquinas se apoderan de nuestro mundo, está a punto de volverse realidad, no en forma de robots que eliminen puestos de trabajo ni de ordenadores que vigilen nuestras vidas, sino de un sistema electrónico de transacciones financieras".
Las precarias posibilidades de control de los flujos financieros obligan a concluir que para sus beneficiarios el planeta es un gigantesco paraíso fiscal en el que no tienen que dar explicaciones. Los pocos países que muestran reticencias al respecto parecen condenados, sea porque no se benefician de la vorágine especulativa, sea porque acaban introyectando, aun sin desearlo, los efectos negativos de las crisis inequívocamente asociadas con aquélla. El resultado final es una sorprendente entronización del más salvaje de los capitalismos.

Qué sucede con la pobreza en el marco de la globalización neoliberal?

La campaña contra el Banco Mundial desarrollada en junio de 2001 retomó un lema significativo: "Nuestro sueño, un mundo sin pobreza". Y es que esta última es una lacra fundamental en la vida del planeta, en estrecha relación con unas desigualdades que han crecido, tanto entre los países ricos y los pobres, como entre las capas ricas y las pobres en el interior de unos y otros.
El argumento de que sin la globalización neoliberal todo sería peor, y el paralelo de que el mercado permite el máximo de bienestar para el máximo de individuos, a duras penas se sostiene. En su meollo esconde la primacía absoluta de intereses individuales y la marginación radical de una parte significada de la población del planeta. Pese a que en los cuatro últimos decenios del siglo XX el porcentaje de pobres se ha reducido, el número absoluto de éstos se ha acrecentado, y lo ha hecho además de forma sensible. La desigualdad ha crecido en todos los países del Tercer Mundo, tanto en los presuntamente beneficiados por la globalización como en los que no se cuentan en ese grupo.
En 1999, el 20 por ciento más rico de la población mundial corría a cargo del 86 por ciento del consumo, mientras al 20 por ciento más pobre le correspondía un escueto 1,3 por ciento. El patrimonio de las tres fortunas mayores del planeta equivalía al PIB de los 48 países más pobres, mientras el de las 200 personas más ricas alcanzaba un monto semejante al del 41 por ciento de la población. En 1998, 1.200 millones de personas vivían en una condición de pobreza extrema, con menos de un dólar diario, y casi 3.000 millones se veían obligadas a resistir con menos de dos dólares diarios. Las diferencias en términos de ingresos entre el 20 por ciento mejor situado de la población mundial y el 20 por ciento peor emplazado habían crecido, en suma, espectacularmente: eran de 30 a uno en 1960, de 60 a uno en 1990 y de 74 a uno en 1997.


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